
La invitación del Diablo
Escrito por: Luis Restrepo || luisrestrepoa@gmail.com
Ilustrado por: Fabio Jiménez || fajimenezm@unal.edu.co
En uno de tantos encuentros con la música, vine a dar al viejo teatro Las Vegas, en Bogotá. Fue durante el primer viernes del pasado octubre y recién terminaba de maravillarme los sentidos con Napalm Death, banda británica pionera del Grindcore; un subgénero del metal y del hardcore-punk que en su mínima y máxima expresión manifiesta una distorsión brutal de sus instrumentos, y que con sus voces rasgadas invitan a un festín violento de vísceras y torsos fragmentados. La crudeza de esa noche llegó con una invitación especial desde el infierno. Las entrañas se agudizaron, imagino tal como le ocurrió al señor Lusk. El Festival del Diablo tuvo su primer fiesta el seis de diciembre de 2014
Bogotá siempre fue y será premio de montaña en mi vida. La música y la pasión tienen allí su reina etapa. Salí de Armenia, una pequeña ciudad connotada a partir del genocidio en el Cáucaso de hace 100 años y renacida de un terremoto junto a la Cordillera Central de Colombia. Un viaje hasta la invitación de aquel ser de rojo y con cachos, que recorrí durante horas, subiendo y bajando montañas, cruzando llanuras y penetrando túneles hasta los 2600 metros.
Un viaje hasta la invitación de aquel ser de rojo y con cachos, que recorrí durante horas, subiendo y bajando montañas, cruzando llanuras y penetrando túneles hasta los 2600 metros.
Arribado a Bogotá y frente al averno, más conocido como Teatro Metropol, lugar donde se realizó el Festival, dijeron las malas lenguas de ultratumba, impregnadas en afiches callejeros, que el Diablo nos abriría sus puertas del tártaro a fervorosas almas en pena sedientas de Heavy Metal en su versión más brutal.
La mañana de aquel sábado seis de diciembre, esperé ansioso el inicio del concierto; anhelé ser partícipe de las líricas en vivo de la que personalmente considero es una de las mejores bandas en la historia del Death Metal, Carcass. Pero sabiendo que el Diablo es puerco y cochino; gracias a él no sólo disfruté de ver un concierto sublime, sino que pude ver de nuevo, en lo efímero de la vida, a alguien que hace varios fragmentos de tiempo fuera eterna en mi mente.
La duda no perduró cuando aprecié de nuevo viejas añoranzas. Dejé atrás mi pasado de hace un par de inviernos, y llené una estrepitosa maleta colmada de vehemencias e incertidumbres. Estuve saturado de músicas que desgarraron mi paciencia, porque en un mismo día pude contemplar a la que es banda sonora de mi vida, y a la persona que entre miles hizo eternidad esa misma.
De lejos, ella. Aquí, yo. Lleno de intrigas y de ansiedades. Sucumbían en mi maleta. Vernos se convirtió en un perfecto abrazo, en una cálida conversación, en un café para dos, en un seductor beso, en un instante para nunca olvidar. El afán de la tarde implicó sus decretos, y tan sólo un fuerte abrazo y un beso en la frente terminó siendo la única despedida. Ella siguió su camino, y yo quedé en el abismo frente al averno.
De lejos, ella. Aquí, yo. Lleno de intrigas y de ansiedades.
Ya inmerso en el Teatro, los recuerdos de una pasión. En 1988, año de mi nacimiento, fue publicado Reek of Putrefaction traducido en español como 'Aliento Putrefacto'”, el primer álbum de Carcass, aquella banda sonora de una vida de 27 años; otro grupo pionero, una institución conceptual del Death Metal, que viajó durante un cuarto de siglo entre lo más nauseabundo del Goregrind, hasta lo más clásico del Death 'and' Roll, un Rock 'and' Roll extremo para oídos intensos.
Mi cita con Carcass en el Festival del Diablo fue la tercera, después de Rock al Parque en 2008 y Manizales Grita Rock en 2013; cada última mejor que la anterior. Afuera del Teatro, inhumanos entes quisieron entrar a la fuerza, nos lanzaron gases y violentas botellas que se convirtieron en patadas y puños al sistema respiratorio sólo por un manojo de metal. Las trincheras de seguridad no aguantaron y demoraron algunos minutos la continuación del Festival, pero no fueron problema grave para la culminación del mismo. Al final, todos se mezclaron con quienes obtuvimos legalmente nuestra entrada al infierno.
En total fueron siete bandas: nacionales como; Narcophychotic, Random Revenge y Reencarnación; la cuota de Black Metal con Inquisition y sus raíces en Colombia; Día De Los Muertos, con base de operaciones en Los Ángeles pero con sangre latina; Carcass, nacidos en Liverpool, Inglaterra, pero con un vocalista amante de la música Country, vestido con jeans bota campana, y que queriendo ser el británico más chingón de la historia, tiene asegurado su puesto como bajista en Brujería, banda mexicana con raíces internacionales y la última de la noche.
La experiencia sensorial al sentir y presenciar en vivo a Carcass va más allá de un simple gusto musical. Es levantarse con un Aliento Putrefacto y luego Exhumar para Consumir; es Abusar de Solventes Encarnados para llegar una Sinfonía de Enfermedades; es hacer lienzos tus Obras del Corazón para Mantener en Descomposición el Mundo Libre; es hacer del Acero Quirúrgico tu Herramienta de Trabajo; es valorar tu vida hasta obtener el Certificado de Defunción.
Dicen que el infierno no existe, pero que si es real, será pailón caluroso para pecadores y comunistas. Poco interesan aquí los temas religioso-políticos, sólo le pido a Dios y al Diablo, que en su eterna batalla por el dominio de las almas del mundo, sigan rockeando hasta el final de los tiempos.
Poco interesan aquí los temas religioso-políticos, sólo le pido a Dios y al Diablo, que en su eterna batalla por el dominio de las almas del mundo, sigan rockeando hasta el final de los tiempos.