jue. Mar 28th, 2024

De encuentros, desencuentros y otras maravillas de la música

Escrito por: Alexandra Montenegro Gómez || paamontenegrogo@unal.edu.co
Ilustrado por: Camilo Cuéllar Caicedo || cccuellarc@unal.edu.co @Cacucuellar

Me considero una mujer de privilegios. A los 16 años pisé por primera vez los pastizales de la que sería -para siempre- mi casa, y me alegra sorprenderme con ella cada día, sin excepción. La Universidad Nacional (en adelante UN) guarda en su seno la maravilla del eterno descubrimiento y la sensibilidad florecida.
Una de las cosas que siempre he amado es atravesar la entrada de la calle 45 y escuchar a los músicos practicar cerca al conservatorio. A veces escalas y a veces piezas complejísimas, su música ha acompañado a decenas de generaciones de universitarios en su paso por la UN. Si usted ha pasado por allí, sabe de qué estoy hablando, y se ha cruzado con más de un instrumentista en su camino a la Plaza Ché.
Estoy segura de que así me encontré con este joven músico en más de una ocasión, me sonreí y seguí mi camino. Ahora, después de haberlo visto en concierto, me resulta imposible no exclamar al verlo por ahí: “Allá van Jorge Vélez y su chelo”.

Siempre he pensado que no elegí tocar el violonchelo, sino que realmente él me encontró a mí

Esas eran las primeras palabras en el programa de mano del concierto al que asistí el pasado 16 de abril. Carolina y yo esperábamos ansiosas un espectáculo que prometía mucho desde el papel, que lo declaraba uno de los violonchelistas colombianos más sobresalientes de su generación.
Con oídos inexpertos pero bien dispuestos escuchamos las obras una a una, constatando que nos encontrábamos frente a un músico virtuoso y apasionado. Parte del encanto de la puesta en escena eran los gestos que hacía mientras tocaba. Nosotras, actrices ocasionales de teatro, nos encontramos con otro actor en las tablas que hizo que el público se maravillara no sólo de la minucia técnica que le exigía su instrumento, sino de todo lo que era posible sentir al escucharlo. Confieso que en ocasiones he cedido frente a la idea de que este tipo de música es aburrida, pero esa noche salí de la sala con la misma sensación que se tiene al descubrir el primer capítulo del que uno sospecha que va a ser su libro favorito.
Ya que las páginas de Ex-Libris han estado abiertas a la música, decidimos entrevistarlo. No menos interesante que el concierto fue charlar con él, aún lejos de su instrumento. En medio de risas y anécdotas, Jorge Iván Vélez Ortiz, de 20 años de edad, me habló de cómo se enamoró de la música siendo estudiante de secundaria en Cali, y de lo que significó asumirla como opción de vida:

“Piensa en mi papá; mi papá tiene un negocito independiente en un barrio. Imagínate que le llegue el hijo diciéndole que quiere estudiar música, estudiar un instrumento que uno no ha visto nunca en vivo. Yo creo que mi papá la primera vez que vio un violonchelo fue cuando yo lo llevé a la casa… Entonces imagínate que un hijo te diga que quiere vivir de eso. De pronto, como muchísimos músicos en este país, uno lucha contra un discurso social que uno pensaría que ya está mandado a recoger y es que el músico se va a morir de hambre, o el artista se va a morir de hambre, o el deportista se va a morir de hambre… Y sin embargo, hay una contradicción que no deja de estar ahí, entre la idea de que el artista no tiene para comer, pero al mismo tiempo hay gente que piensa que yo llego a la universidad en un caballo, en un carruaje y que tengo una casa en los Alpes, lo tienen a uno en una vaina muy idealizada. Son ideales super románticos del oficio. Por eso es que creen que a uno no le tienen que pagar, porque creen que uno es sólo lo bello de la profesión. Es normal que la gente crea en las bellas artes como algo innecesario, como un lujo…”
Aun con esos imaginarios en contra, a los 15 años y cerca de terminar el colegio, tomó la decisión de abandonar su hogar en Cali y venir a Bogotá para iniciar sus estudios universitarios. Enfrentando las dificultades de llegar a la capital, encontró en la Universidad Nacional un hogar que gustoso abre la puerta a sus muchos hijos, y donde de la mano de sus maestros y amigos habría de recuperarse de un suceso inesperado:

“Fue un proceso bastante complejo donde además de conseguir los recursos económicos necesarios para mi mantenimiento en Bogotá -recursos que no conseguí del todo al final-, tuve que separarme de mis padres. Toda esa experiencia me dejó muchas enseñanzas, y aunque fue realmente difícil desde lo económico y lo emocional, me preparó para la nueva fase que se venía en mi vida: logré ser admitido en agosto de 2011 a la Universidad Nacional de Colombia. Ahora estaba empezando a cumplir uno de mis sueños, y mi viaje con el lenguaje de la música continuaba. Me establecí en Bogotá a finales de julio de ese año, y las oportunidades y cambios no se hicieron esperar. Ahora estaban a mi alcance las clases magistrales, nuevos colegas y los conciertos. Estaba realmente emocionado y entusiasmado por emprender esta nueva etapa en mi vida. Al poco tiempo de empezar a vivir en Bogotá, sucedió algo que cambiaría el rumbo que llevaba mi vida hasta ese momento. Viajando en taxi a un ensayo de orquesta, me fue robado mi violonchelo, el cual había comprado con la ayuda de mis padres luego de un extenso ahorro familiar. Dos delincuentes abordaron el vehículo en complicidad con el conductor con el fin de hurtarme el dinero o tarjetas de crédito, pero al no encontrar nada, decidieron llevarse mi instrumento. Lo que siguió fue bastante difícil. Ya no tenía instrumento y debía seguir trabajando para conseguir uno nuevo. Afortunadamente un colega me prestó temporalmente un instrumento y mi maestra Cecilia Palma me ayudó muchísimo económicamente. Con el trabajo que tenía logré comprar el violonchelo que tengo actualmente, el cual es bastante barato y no de muy buena calidad…”

El incidente lo cuenta como una anécdota más, una de esas cosas que no deberían pasar, pero que le recuerdan también a los buenos amigos con los que anda de la mano. Los artistas deben ser resilientes, sobre todo los jóvenes. Él lo sabe. Después de todo, le espera una vida entera de desaprender y renacer incontables veces, de entregarse en su obra, de crear incansablemente y luego hasta el cansancio, de conocer la crítica y encontrarse de frente a la que más pesa, la propia… una vida entera de caminar. Por eso, aunque el inicio de su carrera fue difícil, su trabajo le ha abierto la puerta para que sucedan eventos significativos: En el 2012 obtuvo el Primer Puesto en el XIV Concurso de Interpretación Musical “Ciudad de Bogotá” e ingresó a la Filarmónica Joven de Colombia. También fue ganador en la Serie de Jóvenes Intérpretes del Banco de la República en las categorías de Música de Cámara con el Trío Cortázar –en el que toca con sus compañeros Daniel Aguirre Ortega (piano) y Liz Valentina Muñoz (violín)- y en la categoría Solista en los años 2013 y 2014, respectivamente (fue por esta última que nos cruzamos con su música en la sala de conciertos de la biblioteca Luis Ángel Arango).
Hoy Jorge cursa noveno semestre de Música Instrumental y está listo para dar el salto con el que dejará de ser estudiante y se convertirá en músico profesional. Se ha sumado a la construcción de la Bogotá Chamber Orchestra, una propuesta para la práctica orquestal desde la perspectiva de la Música de Cámara, cuyo lanzamiento tuvo lugar en el marco de la Cátedra Bogotá Musical Internacional de la Universidad Nacional. Este proyecto, del que es cofundador de la mano de sus colegas y amigos de la UN Alejandro Paz, Carlos Parra, Luis Jairo Torres y Mauricio Velosa, es una apuesta a la que los amantes de la música deberán seguir muy de cerca, como a la carrera de Jorge.

Resuenan en mi cabeza sus palabras finales para la entrevista:

“Hazte esta imagen: ¡Puf! Apareces en el Carnegie Hall y está tocando tu chelista preferido. Imagínate todo lo que tuvo que pasar para llegar a ese momento, tanto por tu lado, como por el lado del artista, del lado de los músicos de la orquesta… Ese chelista, digamos que tiene 30 años, lleva 25 años de su vida, o un poco menos, en formación artística. ¿Cuántos maestros tuvo? ¿Cuántas cosas han tenido que ver con su formación? ¿Cuántas cosas pasaron para que estés sentada ahí viéndolo? Todo está interconectado.”

Con lo que he escrito ya usted se habrá dado cuenta de que mi relación con la música lejos está del conocimiento técnico. Tal vez he usado términos incorrectos y lo mejor para abordar el trabajo de Jorge desde esa perspectiva será esperar a que un musicólogo escriba sobre él, yo hoy juego a la espectadora y decido creer en su hipótesis de que todo está conectado. Después de esta experiencia creo haber encontrado a mi chelista favorito, por dos razones: la primera, por lo que su música me hizo sentir sin conocerlo siquiera, y la segunda, por lo que conocerlo me hizo sentir con respecto a la música. Es verdad que a veces este tipo de música se ve allá arriba, de la mano de esas otras artes propias de la “alta cultura”, cuando en realidad nacen de lo más hondo y se construyen desde lo cotidiano. Qué bueno ha sido ver más allá de la etiqueta de “El chelista del concierto” y regalarle a este personaje un rostro y un corazón.

Si alguna vez ve su nombre en el programa de algún evento, no lo piense dos veces y compre la entrada; sea testigo de los primeros andares de una brillante carrera. En unos años Jorge estará tocando en el Carnegie Hall y otros grandes teatros, y recordará con alegría sus conciertos en la Luis Ángel. Seguramente será mentor de otras grandes promesas de la música. Usted no quiere perderse eso.

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