La danza

Han pasado quince días desde el diagnóstico. Parece que no mejora, dice que el dolor cada día es más fuerte y sus gemidos son cada vez más desgarradores.

Una mañana más. Entro a su cuarto, abro esa pequeña ventana rectangular y la luz entra afanosa por entre las rendijas golpeando su mejilla derecha. Cubierta con una sábana blanca la encuentro sentada en el borde de su pequeña cama. Tras suministrarle sus medicamentos me siento en la silla justo al frente del lecho, y en medio de la oscuridad la miro en silencio.

No transcurre mucho tiempo antes de escuchar sus lamentos mientras las gotas de sudor caen por su frente. En medio de la confusión y con los ojos cerrados se pone de pie dejando caer la sábana sobre sus hombros y dejando ver su pecho descubierto. Lentamente su brazos empiezan a moverse de un lado al otro como péndulos, el cuerpo se deja llevar también. En menos de lo esperado empieza a recorrer cada rincón de la habitación dando volteretas, saltando y arrastrándose. La sábana se había convertido en esas alas que la llevarían fuera de allí, su pelo brillaba con cada haz de luz que tocaba.

Esa danza ha sucedido cada mañana desde hace quince días, ella será quién de el último paso.