vie. Abr 19th, 2024

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Grafito y Sangre

Con el ataque al semanario francés Charlie Hebdo queda marcada una fecha que sobrevivirá en la larga lista de muertes provocadas por el fanatismo religioso

Necear

Jugamos a la entrevista a lo Jay Leno; y aunque nuestro sofá no era más que un montículo de tierra con buen pasto en la mitad del Virrey., conocimos a Aleha Necia

Noteboom le escribe cartas a Poseidón

Escrito por // Raúl Durán Ayala // raulduran67@gmail.com

Fotografía // Daniel Lara // vanjerono@gmail.com

 

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Me hubiera gustado preguntarle al poeta: ¿Qué viene a hacer el mar en la feria del libro? Aunque de alguna manera sin preguntar me respondió. Noteboom le escribe cartas a Poseidón. ¿Para qué le escribe cartas a Poseidón si la correspondencia con los dioses va en una sola dirección? Noteboom viene de una ciudad que se hunde en el mar, eso explica porque prefiere escribirle a Poseidón y no a Gea. Ya pasaron al olvido los viejos dioses inmortales, pero no hay que olvidar que más que inmortales son eternos. Lo que es eterno es inmortal pero lo inmortal no significa necesariamente que sea eterno. Más bien lo eterno carece de un principio claro, no se sabe bien de donde viene, aparece de súbito y se prolonga hasta el infinito; como las olas del mar.

Del mar hay mucho que se ha escrito y mucho más se seguirá escribiendo. Poseidón debe sentirse contento de eso; al fin y al cabo, de alguna manera, hablar del mar es hablar de él mismo.

Me sigo preguntado: ¿Qué viene a hacer el mar en la feria del libro? Da minha língua vê-se o mar dijo Vergílio Ferreira. La FILBO también hoy dice lo mismo, pero no es lo mismo. Aquí lo más cercano al mar es el aguacero que empapa la feria, o los barcos azules en la cabeza de la gente; como navegando por ese mar de pensamientos; aunque creo, a veces, que el mar de pensamientos ya hace mucho se secó.

Esta FILBO es un diluvio ¿caen gotas como libros? No sé; los libros no se derriten aunque sí se secan. Sé que el sábado en medio del diluvio un pequeño barco de papel caminaba sobre la corriente hasta hundirse en la alcantarilla. Vaya suerte para un barco en una feria donde “desde mi lengua se ve el mar”, donde el invitado es Portugal y donde Noteboom me cuenta que le escribe cartas a Poseidón. Seguramente Poseidón con su infinita sabiduría habrá elegido la alcantarilla como el mejor destino para un barco de papel.

Buscando el mar en esta feria llegue al pabellón de Portugal. Allá hay unas cabinas para meter la cabeza y oír lo que susurran las aguas. ¿Acaso esa lengua desde la que se ve el mar no es otra cosa que el sonido del mar?  ¿Será la voz  del mismísimo Poseidón? Será que hoy reposan las palabras de los dioses en un “bus universal” como en las viejas bibliotecas. Claro que, aunque esto sea cierto, Poseidón perdió poderes y quedó atrapado en el papel, y lo que sea que pueda decirnos en su lengua de mar, por desgracia del olvido ya no significa nada. Nosotros con agua en los oídos saltamos en una pierna y nos golpeamos la cabeza, no sea que se nos pegue una infección.

Allá también está Pessoa, Saramago, camões,…Ilustrados con sus ojos secos y sus palabras húmedas. Se me ocurre mientras naufrago en uno que otro libro: ¿cómo llevar al mar a esta ciudad de libro al viento?

El mar aquí baja del cielo, el cielo es ese mar suspendido dispuesto a aplastar nuestras cabezas, a derretir nuestros cuerpos. No sé si todos los bogotanos vemos al mar tan lejos o si algunos estén conscientes de que esta ciudad es una isla; que las montañas son gigantescas olas estáticas a punto de derrumbarse y sepultar toda esta feria, dejando nombres de bancos y autopistas como epitafios en este mausoleo citadino.

Contra ese oleaje reflexivo vino a estrellarse este poeta: Noteboom se ve fresco, duro, no tan viejo como el Neerlandés que habla. Leyó con su acento extranjero  marcando las erres y las jotas roncas, y mientras hablaba se me ocurría: que no si el mar llegue a la feria, que eso en realidad no me interesa, que la lluvia seguirá escupiendo en todos los meses, que por que Poseidón no se digna, aunque sea con una minúscula frase, a responder esas cartas. Y claro, se me ocurre, que lo más cercano al mar es ese silencio de Poseidón; el silencio de las playas, de las palabras escritas.

Tintas, amores y papel: Quijotadas bibliosexuales

Escrito por // Andrés Gulla-Ván // fabian.gulla@gmail.com

Fotografía // Daniel Lara // vanjerono@gmail.com

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Dulcinea de Toboso es poca cosa frente al amor que padecí en esos pocos días. Insensata fijación a lo escrito y palpable. Esos días y esas noches, de mi cabeza, el pecado lujurioso tomó.

A veces en un estante, a veces en los pasillos. Hallé múltiples amores, muchos antojos platónicos por tocar y oler lomos y cuerpos con alto y bajo gramaje.

—     ¿Qué importa?

—     No mucho.

Porque he buscado esas voces que destacan de la multitud, y claro, sin Odiseo que encere mis oídos, muchas veces me he revolcado en camas imaginadas. Me he perdido en mares de cartas enviadas desde la orilla de la imaginación. Allí, donde he imaginado acariciar a miles, bajo el intenso sol que ciega las pantallas, convirtiéndolas en costosísimos pisapapeles, y donde mis dedos han recorrido, milímetro por vez, esas curvas y superficies que transpiran deseo, como pisadas en el fango

Varios días he recorrido esos hangares, chalets y mausoleos de millares de vocales, espacios y tipos. Varios kilómetros en círculo y espirales, a lo alto y bajo, gateando y estirando el gaznate. Así encuentro a mis amantes, a esas y esos, porque el género poco me preocupa, cuyos besos y sexo cautivan mis ojos por decenas y miles de horas. ¡Cómo los amo!

Pero de vez en cuando la búsqueda es vacua, y en esos tiempos mi mente es víctima de Frestón, cuyos molinos hizo pasar por jóvenes y hermosas mujeres de carne y verdad. Con facciones marcadas y gruesas piernas y en ocasiones con lentes. Me contento con verlas caminar, así sea una vez, pues luego mi mente maquinará cientos de historias, que tal vez terminen en papel, y del mismo modo, pero en sentido contrario, esas frases libidinosas harán correr algunas gotas de sudor. No puedo ocultar mi fascinación por tal o cual, e incluso una lolita, la lolita.

Mis amores en ocasiones son rústicos y otras más son duros. Pesados o delgados, con años encima o con la tinta fresca. Esos amores que mucho he disfrutado y que mucho me han absorbido, generando periodos de chifladura y ostracismo. He perdido amigos, conocidos y mi familia me ha rechazado muchas veces por no controlar esos salvajes e ilustres deseos de leer. De actualizar mi software. Y por eso mismo he sido obligado a resguardarme del mundo real, justamente por serme poco leal.

Creo en el monte de venus, en las curvas y en la piel fragante. Creo en la palabra escrita y la palabra no dicha. Creo en las interpretaciones santísimas de cualquier lector. Creo en su sexo arrojándose contra el mío, en fluidos y lubricaciones. Creo en sus senos como en las letras que forman palabras. Y en sus besos, tibios y levemente empapados, que me recuerdan la página donde he quedado. En libros de física que expliquen el movimiento pendular continuo, en las caderas desjuiciadas. Creo en la arritmia de nuestros pasos cuando, nerviosos y con miradas furtivas, nos acercamos arrastrando las bolsas llenas de libros, y con alguna frase sacada de alguna novela inicia la épica. Creo, sobre todo, en los olores de recién destapado, de libro nuevo y de calzón mojado. Solo soporto los plásticos cuando sirven para proteger de la humedad y de la sífilis.

Pero cómo no perecer, enamorado y loco, cuando sus pieles lozanas y limpias parecen de plástico, o con parcial UV, inmortales  y siempre bellas. Así, sin más, es el primer contacto, con la primera fijación. Dirán que soy superficial y fofo, pero todos deben admitir que en amores y odios lo primero es el ojo. Pero eso sí, de las mujeres el ojo no quito.

—     ¿Por qué?

—     Porque me gustan todas. Y más si son las que me imagino cuando paso de un libro a otro.

—     ¿Y cómo las imaginás?

—     Haciéndoles de todo. Por arriba, por abajo. Regándome en ellas o que ellas eyaculen sus letras sobre mi cara.

—     ¡Tan guache, marrano!

—     No importa, así las amo.

Pero de caballeros es no revelar identidades de damas o concubinas, aunque licencia si me doy de revelar que en feria muchas mujerzuelas en papel, en digital o kindle, o desparramando firmas se encuentran por ahí, en cada banca o junto a los baños. Y como caballero andante que monta corcel que era Rocín antes, debo apelar a Palas y su sapiencia para, con humildad y hombría, reconocer que tanto amor unidireccional mi desgracia traerá.

Mejor dejo la caballería, y de los pasillos y stands dejo de pasear, pues poco aguanta mi bolsillo. Calmar las calenturas carnales y mentales no es barato, y menos en una feria donde pocos libros son realmente accesibles. Pero sé que a cita obligada debo acudir, año a año con mis putas encuadernadas y tristes. Me voy a leer, y a jalármela.

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