Horror Corporal
Ve su humanidad decaer y destruirse ya sea paulatina o repentinamente para dar paso a un ser cuyos instintos son, si no puramente animales, crueles o malvados.
Avestruz
Cuento tragicómico con desenlace paradójico.
Bandulios
El Bandulio es una raza animal de carácter universal,
son efímeros y eternos a la vez.
En Muerta Vida
Silencio. Por muchos años, después de que abandona el nido, de que es testigo de infinidad de crepúsculos, de las más altas puestas del sol, de inviernos tormentosos o de excéntricos equinoccios, el pájaro espino sólo tiene un propósito, encontrar un árbol espinoso para clavarse en él. Y el largo viaje que hace para encontrarlo está repleto de abstenciones, intensas y secretas, que prohíben proferir cualquier tipo de sonido. Sin importar las condiciones, debe obligar a su organismo a internarse en un profundo silencio. Ir en contra de su naturaleza, batallar contra su esencia y concentrarse en su objetivo sin pensar en obtener una regeneración bestial.
Las Jodidas Vacas
Las vacas son tan correctas que ya entendemos por qué su leche es blanca.
Fábula y queja de Lina Zarama.
¿Que si soy el Sr. Rayón?
¿Quién es el Sr. Rayón? En nuestra sección de opinión, encuentre una columna de él y júzguelo o ámelo, o dele igual.
Bogotá 2013
Poema homenaje a María Mercedes Carranza.
¿Un monasterio, un convento, una iglesia?
Escrito por: Paula Soto // vivisoto63@gmail.com
fotos: Angélica Conde // angelicacondeg@gmail.com
Se preguntan los transeúntes que pasan y observan la edificación ubicada en la Cll 12 con 3a, en el centro histórico de la ciudad, La Candelaria.
Pero ni lo uno, ni lo otro. Esta construcción, hecha en piedra y ladrillo, alberga actualmente 71 apartamentos dúplex que rodean una alfombra verde triangular, un salón comunal, lavandería, dos plantas de parqueaderos y tiene dos entradas, una sobre la calle y otra sobre la carrera. La actual edificación con matices neogóticos ha sobrevivido al igual que los capitalinos, a todas las peripecias del tiempo como el Bogotazo, los curas y las monjas, y los trabajadores del Servicio de Inteligencia Colombiano (SIC), que después se convirtió en el DAS.
En sus inicios, la construcción hecha por el arzobispo Herrera Restrepo junto con los misioneros Montfortianos (1917), se realizó con el fin de albergar un seminario de franceses; pero como nunca fue terminada, se utilizó como convento de religiosas Clarisas.
“Las almas en pena rodean los pasillos en las noches”, dice un residente del conjunto.No es para menos pues, finalizada la construcción del edificio, éste pasó de albergar monjas a presos;las oficinas y calabozos del SIC se instalaron allí. Por eso, se dice que en su interior se ejecutaron masivas torturas y muertes, y que las almas rondan entre los pasillos y parqueaderos del Conjunto Residencial Calle del Sol.
En el año 1980, el Instituto Colombiano de Cultura (Colcultura) compró el predio con la intención de transformar sus largos y oscuros pasillos en el Archivo General de la Nación, pero el proyecto fue abandonado un año después de comprado el terreno.
Años más tarde, tras su abandono, un grupo de inversionistas se ocupó de la construcción de las 71 viviendas conservando, eso sí, su fachada y su historia.
“Los sensores de las luces se prenden y se apagan constantemente, ya es cuestión de convivir con los fantasmas”, afirma un vigilante del conjunto. Pero los mitos en torno a esta edificación no paran ahí. En un local perteneciente al conjunto, sobre la Calle 12, está el Restaurante La Bruja, llamado así, pues hay una historia sobre una madre que intentaba acceder al edificio (en la época del SIC) para visitar a su hijo que presuntamente estaba preso. Ella conquistaba a los guardianes de la cárcel con sus mágicas recetas de comida; cuando por fin se le permitió el acceso, la mujer nunca encontró a su hijo; se dice que el alma de aquella madre sigue rondando estos pasillos.
Después de disfrutar de una buena comida en la Bruja, desde la terraza del edificio se puede observar no solo el interior de éste, sino además las construcciones aledañas del centro, pues está ubicado en medio de bibliotecas, cafés y restaurantes que lo convierten en un cómodo lugar para vivir.
Paseo Inmoral
Escrito por: JJ Ortega // jota.ortega@gmail.com
Fotografía: Mauricio Mejía // mauriciomejia90@hotmail.com
Tristeza.
Se escucha a Roberto Laserie por la séptima y es imposible ignorarlo. La voz de quien lo interpreta está llena de nostalgia. Algunas personas se detienen por un instante, otras se agachan para depositar unas monedas y siguen de largo.
Este Laserie tiene los zapatos tan deshilachados como el resto de sus ropas. Se ayuda de un parlante y un micrófono viejos. Su voz es melancolía pura. La voz del bolero tallada en los andares de la vida con todas sus alegrías y tristezas, del amante solitario, del desengaño, del que apuesta, fracasa y se ríe a carcajadas.
La mirada de los asistentes se pierde en la profundidad de la calle. Hay un inevitable regreso al ayer, a los buenos y malos recuerdos, a rostros de gente que ya no está, a risas, desdichas e ilusiones olvidadas. Una lluvia lenta espanta a los presentes y sirve de telón de fondo. El espectáculo ha terminado.
Ritmo.
La encontré por la cincuenta y tres entre las ventas callejeras de Galerías. Usa sombreros de lana y abrigos de paño. Tras los mechones retorcidos de su pelo se esconde una minúscula sonrisa que brilla cuando las monedas rebotan en el estuche de su violín.
De las cuerdas surge algo lento que se va transformando en un jazz bailable. El auditorio marca los ritmos con pies y manos. Algo de surrealismo pinta la escena. Los transeúntes se contagian de un sonido extraño, lleno de color.
Un desconocido pregona que la violinista quiere llegar a Londres. Las colaboraciones no se hacen esperar y de la música nace una repentina atmósfera positiva, una solidaridad manifiesta que contagia por un instante.
La damita termina con una reverencia a Vivaldi y otra al público. Los aplausos resuenan y desaparecen mientras la ciudad se reconfigura. La calle vuelve a ser la misma de antes.
Movimiento.
Las claves sacuden el banquito de madera. En la otra mano, el mulato ciego sostiene una gorra donde recoge las gratitudes voluntarias. De su garganta se desprende cadencia y mestizaje. El espacio es reducido y el auditorio cambia constantemente mientras la imagen del sonero del puente de la ochenta y cinco permanece inamovible, tatuada en la piel de la ciudad.
Una comunión misteriosa entre la percusión y la voz se materializa. Una transmutación instantánea de sonido y movimiento. El sonero se despoja totalmente y cada extensión de su cuerpo actúa como un instrumento más.
En medio del insoportable bullicio citadino, el fuego de un son irrumpe sin complejos, fuerte y lleno de vida. Los pasos adquieren sentido y nace un ritual de danza espontánea al tiempo que una voz de leño ardiendo pregona: ¡Tuna se quemó, Tuna se quemó!